Editorial – Febrero 2025
El destino de nuestras sociedades y organizaciones ha sido secuestrado por un modelo obsoleto: el gobierno de los pocos sobre los muchos. En empresas, gobiernos, universidades y hasta en las organizaciones sin ánimo de lucro, una realidad innegable se impone: aunque la información fluye desde todos los niveles, solo un pequeño grupo de individuos tiene el poder de decidir. Y con ello, el destino de millones se define en salones cerrados, lejos del conocimiento colectivo y la urgencia de la realidad.
Las jerarquías no son suficientes
Desde los albores del siglo XX, estructuras rígidas han regido el mundo bajo la promesa de eficiencia: cadenas de mando, vigilancia, y control absoluto. Bajo esta lógica, los altos directivos, los políticos, y los burócratas acumulan autoridad mientras los trabajadores, ciudadanos y miembros de base son reducidos a meros ejecutores. Pero este modelo no solo es injusto, es insostenible.
El mundo de hoy es demasiado rápido, demasiado caótico, demasiado complejo para ser gobernado desde una cúspide estrecha. Cada día, la información relevante se multiplica, se transforma y se vuelve imposible de procesar por unos pocos individuos. ¿Cómo pueden unos cuantos decidir por todos si ni siquiera tienen el tiempo o la capacidad de comprender la totalidad del panorama?
El costo de la centralización
Cuando las decisiones se concentran en unos pocos, la innovación muere antes de nacer. El conocimiento valioso de los equipos operativos nunca llega a los niveles de toma de decisiones, y las organizaciones pierden su capacidad de adaptación. La burocracia ahoga la creatividad, la rigidez bloquea el progreso, y el sistema entero se vuelve un castillo de naipes a merced del próximo colapso.
Pero no es solo una cuestión organizacional. La centralización afecta a las personas en su núcleo más íntimo. La falta de autonomía destruye la motivación, el sentido de pertenencia se evapora y el trabajo se convierte en una prisión disfrazada de estabilidad. La desigualdad en la toma de decisiones genera desconfianza, alienación y resentimiento. Y, sin confianza, ninguna organización –ni pública ni privada– puede sostenerse.
El nuevo paradigma o el colapso
No es una cuestión de ideología. Es una cuestión de supervivencia. O replanteamos nuestros sistemas de gobernanza hacia estructuras más descentralizadas, abiertas y colaborativas, o seremos testigos del desmoronamiento de las instituciones que sostienen la sociedad moderna.
Las organizaciones que se aferren a las jerarquías tradicionales serán arrastradas por la marea del cambio. Aquellas que adopten modelos basados en la autonomía, la inteligencia colectiva y la participación activa, no solo prosperarán, sino que redefinirán el futuro.
El llamado es claro: ciudadanos, empleados, inversionistas, líderes. La pregunta ya no es si el sistema necesita cambiar. La pregunta es si lo cambiaremos nosotros… o esperaremos a que se derrumbe sobre nosotros.